Entrevista a Michael Löwy, pensador marxista y promotor del ecosocialismo El Triangle
¿Cómo valora la crisis actual?
Es la más grave desde el crack del 29, lo que demuestra la irracionalidad del sistema y de las supuestas medidas para contenerla. Si en los años treinta Franklin D. Roosevelt afrontó la crisis con el New Deal, y efectivamente funcionó para crear puestos de trabajo mediante la mejora de la salud, la educación, la cultura y la ayuda a los sindicatos, ahora esto no se produce. Ante la lógica de la religión neoliberal, se nos propone como alternativa salvar a los bancos, los grandes responsables de la crisis, mientras quien paga los costes son las trabajadoras y trabajadores a fuerza de recortar los salarios, las pensiones, la educación, la salud y otros puntales del Estado del bienestar.
¿Nos encontramos a las puertas del fin del capitalismo?
Discrepo, éste siempre ha encontrado maneras de escaparse, incluso con la guerra o el fascismo, como sucedió en los años treinta en Europa. Hemos de recordar al filósofo Walter Benjamin, cuando en la postguerra, tras vivir la crisis del 29 y los posteriores episodios en Alemania, apuntó: «Nuestra generación ha aprendido una lección: el capitalismo nunca morirá de muerte natural. Tan solo lo hará cuando exista una acción colectiva que nos lleve hacia una nueva forma de vida».
Con la extensión global de este modelo predador, ¿la situación es más preocupante?
Lo único cierto es que tenemos una democracia de baja intensidad, y la elección de tecnócratas en Italia y en Grecia lo demuestra. Están en manos del Banco Central Europeo y de los inversores de Goldman Sachs. Insisto, sin embargo, en las palabras de Benjamin, quien asegura que el capitalismo tiende a salvarse, aunque para que esto suceda sea la gente quien pague las consecuencias.
¿Qué alcance tendrá la recesión económica?
Más importante que la crisis económica, es la ecológica, resultado de la expansión infinita del modelo productivista y de consumo. El capitalismo sin expansión es como un cocodrilo vegetariano, incompatible. Esto nos lleva a un desastre ambiental que ya se manifiesta en el aumento de la contaminación del agua, del aire y, como expresión más profunda, en el calentamiento global, que nos puede conducir a una catástrofe humana sin precedentes.
¿A qué nivel?
Esa máxima según la cual «tenemos una responsabilidad con las generaciones que todavía no han nacido» ya no es así. La catástrofe ha comenzado y afectará a la generación actual de jóvenes. Extertos científicos de la NASA, como James Hansen, han pronosticado que, en sólo diez años, el proceso será irreversible y, cuando el planeta supere en dos grados su temperatura, nos dirigiremos hacia la desertificación. Se prevé que el desierto del Sáhara puede llegar hasta las puertas de Roma, con la consecuente desaparición del agua potable a medio plazo.
¿Será, la lucha por los recursos, el motivo de los conflictos bélicos?
Todo pivotará en torno a estas demandas. Sin olvidar los efectos de elevación del nivel del mar por la fosa de los polos Antártico y de Groenlandia. También ha llegado antes de lo previsto y, si sube más de un metro, se calcula que las principales ciudades del planeta, como Nueva York, Londres, Barcelona o Hong Kong, quedarán anegadas. Nos acercamos a esta situación sin que los gobiernos neoliberales tomen las medidas adecuadas para ponerle freno.
Con el fin del petróleo, ¿qué puede pasar?
Provocará que el capitalismo se disponga a extraer los fósiles más inaccesibles. Ya existen operaciones para obtenerlos en áreas de Canadá o en alta mar que provocan la emisión de gases contaminantes o el vertimiento de una gran cantidad de aceite al agua. Y luego está el carbón, la extracción del cual todavía tiene mucho recorrido. Desgraciadamente, ningún país instalado en la lógica productivista quiere renunciar a él.
La Conferencia de Durban, en la que las ONG reclaman el respeto por los acuerdos de Kyoto, ¿puede corregir esta tendencia o será un nuevo brindis al Sol?
No hay margen para el optimismo, ya que los participantes son, precisamente, los actores del capital. Como máximo, habrá dos o tres gobiernos, como los de Bolivia o Ecuador, que protestarán. Pasará como en la Cumbre de Copenhague, de donde surgió una declaración retórica de buenas intenciones que no atacaba a la raíz del problema. Reconocerán que no podemos superar ciertos umbrales aunque, para evitar el desastre que se deriva de la combustión, haya que apostar por las energías renovables.
La tercera vía promulgada por Tony Blair y que buena parte de la socialdemocracia europea siguió no pretendía reformas estructurales. ¿Ha sido esto un error?
La socialdemocracia y los Verdes han aceptado el neoliberalismo y sólo se han limitado a introducirle correcciones que no suponen, en absoluto, su transformación para impedir el desastre. La autolimitación ha sido nefasta. Lo hemos visto con Blair, Schröder, Papandreu o Rodríguez Zapatero. Es una variante del neoliberalismo menos reaccionaria que la de la derecha, pro que no cambia en lo fundamental. De manera que es incapaz de resolver una crisis que, por parte de la izquierda más transformadora, ha de tener muy presente la ecología.
¿Puede ser que haya existido una interpretación perversa de conceptos como desarrollo sostenible o progreso?
En su inicio, la filosofía según la cual el desarrollo ha de ser respetuoso con el medio, era muy interesante. Pero pronto el Banco Mundial y los gobiernos conservadores se la apropiaron. Necesitamos una nueva perspectiva que conduzca hacia un cambio en el que se ponga en cuestión los fundamentos de un capitalismo que nos lleva al abismo.
De momento, parece que los planteamientos son más reactivos que propositivos…
Los movimientos de protesta y, entre ellos, la izquierda radical, son en su génesis expresiones de la indignación contra la dictadura del PUM (Partido Único de los Mercados), del sistema financiero y del cinismo del 1% que lo controla todo. Eso provoca un rechazo y, como resultado de esto, se ha abierto un espacio de debate y el ensayo de diversas alternativas sobre la base del bien común y del «otro mundo es posible».
Usted apuesta por el llamado ecosocialismo. ¿En qué consiste?
Es una forma de construir el socialismo actual en la cual, a diferencia de los modelos de los siglos XIX y XX, la ecología se convierte en una parte troncal. Comparte sus principios de la defensa de los servicios públicos, de la abolición de la deuda externa, de la nacionalización de la banca o de la creación de un servicio público de crédito, pero pone el acento en la dimensión ecológica de la actividad política, económica y social.
¿Qué lectura hace del marxismo?
Defiende que el socialismo y la ecología se necesitan para construir una sociedad más justa y duradera. Se trata, al fin y al cabo, de superar el viejo esquema por el cual la propiedad privada se sustituye por la propiedad colectiva con el fin de que las fuerzas productivas puedan desarrollarse con libertad. Para el ecosocialismo, además de las relaciones de producción, también han de cambiar las fuerzas productivas del capitalismo ya que, como se ha demostrado, son enemigas directas de la naturaleza.
¿Es una concepción más radical?
Sí, ya que significa modificar el paradigma de la civilización occidental moderna, cambiando el modelo de consumo y los sistemas energéticos de transporte. Esto quiere decir sustituir el gas, el petróleo, el carbón y la energía atómica por el viento, el Sol, el agua, la biomasa y otras energías limpias. Es necesario, por tanto, un nuevo sistema de producción, el cual ya no tendría como finalidad la creación de más mercancías de «obsolescencia inherente», como decía Herbert marcuse, sino bienes de uso en los que los aparatos duren muchos más años y se puedan arreglar.
En America Latina la izquierda ha empezado a construir a lo que se llama socialismo del siglo XXI. ¿Tiene algún tipo de analogía con su propuesta?
En efecto. En Venezuela, Bolivia, Ecuador o Perú, entre otros países, la izquierda está poniendo en práctica este intento de avanzar hacia un socialismo ecológico, contradiciendo esa tesis que, tras la caída del Muro, profesaba el fin del socialismo y de las utopías, y que Margaret Thatcher remachó con la frase «There is no alternative». En Europa, en cambio, todavía falta que se articulen políticamente estas experiencias de gobierno.
También es necesario un cambio cultura, ¿no cree?
Este cambio lo tendrá que decidir la población, a través de una discusión democrática, no un grupo de tecnócratas al que nadie ha elegido. Es un proceso que lleva años, en el cual se deberían tomar medidas que nos acerquen a este nuevo horizonte, como el impulso del transporte público, la creación de puestos de trabajo verdes o la supresión de la publicidad, que nos invita a no dejar de consumir. Una vez hayamos liberado a la gente de este fetichismo mercantilista, aparecerán las verdaderas necesidades sociales.
¿Tenemos que ir hacia una economía moral?
Lo decía William Thompson: «La economía y la producción han de estar al servicio de las necesidades humanas, no del mercado». Yo añadiría, sin embargo, con respeto por la naturaleza. Si conseguimos que arraigue esta nueva conciencia ecológica y social, podremos agrietar el capitalismo, que no es todopoderoso. Como apuntaba Gramsci, «tenemos que combinar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad». Y es que hay un potencial revolucionario con el cual se puede lograr un futuro mejor.
Domingo 18 de diciembre de 2011
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