Martes 17 de enero de 2012, por Miguel Romero
Hay días en los que los medios de comunicación lanzan conjuntamente, con rarísimas disonancias, un humo que te ensucia las manos, los oídos y los ojos. Más que de costumbre.
Hay noticias que invitan a apagar la radio. Es fácil imaginar lo que se escuchará a continuación: será indignante y la indignación se te quedará dentro, compartida sólo con amigos, sin poder convertirla en alguna forma de grito o acción colectiva, con un sabor amargo de derrota o de recuerdo de una derrota.
Pero no apagué la radio la mañana del lunes día 16 después de escuchar la noticia de la muerte de Fraga. Y lo que vino después, no por esperado, fue menos nauseabundo. El hombre que organizó odiosas campañas de difamación contra la memoria de torturados y asesinados por la dictadura, como Julián Grimau y Enrique Ruano; el modernizador del aparato de propaganda y encubrimiento del franquismo; el responsable político de las matanzas de Vitoria y Montejurra; el referente y aglutinador del “franquismo sociológico” en los primeros tiempos de la Transición; el autor de la reconversión del caciquismo gallego en un aparato de poder; el fundador de un partido que representa un éxito póstumo del “atado y bien atado” de la herencia franquista…En fin, este personaje odioso cuyo justo destino hubiera sido la condena por colaboración necesaria en los crímenes del franquismo, ha sido presentado por políticos y periodistas de los más variados perfiles del establishment como un “padre de la patria” al que sus excelsas virtudes disculpan sobradamente de lo que, finalmente, no fueron más que expresiones de su “carácter volcánico” (sic); un tipo además lleno de nobles sentimientos, amante del jamón ibérico y de la empanada de berberechos, experto jugador de dominó… En medio de esta porquería, terminó sonando digno el recuerdo de Carrillo a Grimau, envuelto eso sí en los tradicionales elogios de velatorio de la hermandad parlamentaria. Y destacó por lo ridículo una anécdota que contó Alfonso Guerra y que vale la pena resumir: el día de constitución del primer Parlamento “democrático”, Guerra vio venir por el pasillo de las Cortes a Fraga y pensó: “¡Este se me echa al cuello!”. Consciente de que su imagen quedaba poco aguerrida, se apresuró a añadir: “¡O yo me echo al cuello de él!”. Pero hete aquí que cuando se encontraron, Fraga le dijo: “Buenos días”. A lo que Guerra respondió: “Buenos días”. Y en ese instante mágico, esta figura emblemática del socialismo español concluyó: “Entonces pensé: ¡esto va a funcionar!”. Pues efectivamente, esto ha funcionado y de qué manera. Sin ir más lejos, el pasado 20-N. [clik aquí para artículo completo]
Hay noticias que invitan a apagar la radio. Es fácil imaginar lo que se escuchará a continuación: será indignante y la indignación se te quedará dentro, compartida sólo con amigos, sin poder convertirla en alguna forma de grito o acción colectiva, con un sabor amargo de derrota o de recuerdo de una derrota.
Pero no apagué la radio la mañana del lunes día 16 después de escuchar la noticia de la muerte de Fraga. Y lo que vino después, no por esperado, fue menos nauseabundo. El hombre que organizó odiosas campañas de difamación contra la memoria de torturados y asesinados por la dictadura, como Julián Grimau y Enrique Ruano; el modernizador del aparato de propaganda y encubrimiento del franquismo; el responsable político de las matanzas de Vitoria y Montejurra; el referente y aglutinador del “franquismo sociológico” en los primeros tiempos de la Transición; el autor de la reconversión del caciquismo gallego en un aparato de poder; el fundador de un partido que representa un éxito póstumo del “atado y bien atado” de la herencia franquista…En fin, este personaje odioso cuyo justo destino hubiera sido la condena por colaboración necesaria en los crímenes del franquismo, ha sido presentado por políticos y periodistas de los más variados perfiles del establishment como un “padre de la patria” al que sus excelsas virtudes disculpan sobradamente de lo que, finalmente, no fueron más que expresiones de su “carácter volcánico” (sic); un tipo además lleno de nobles sentimientos, amante del jamón ibérico y de la empanada de berberechos, experto jugador de dominó… En medio de esta porquería, terminó sonando digno el recuerdo de Carrillo a Grimau, envuelto eso sí en los tradicionales elogios de velatorio de la hermandad parlamentaria. Y destacó por lo ridículo una anécdota que contó Alfonso Guerra y que vale la pena resumir: el día de constitución del primer Parlamento “democrático”, Guerra vio venir por el pasillo de las Cortes a Fraga y pensó: “¡Este se me echa al cuello!”. Consciente de que su imagen quedaba poco aguerrida, se apresuró a añadir: “¡O yo me echo al cuello de él!”. Pero hete aquí que cuando se encontraron, Fraga le dijo: “Buenos días”. A lo que Guerra respondió: “Buenos días”. Y en ese instante mágico, esta figura emblemática del socialismo español concluyó: “Entonces pensé: ¡esto va a funcionar!”. Pues efectivamente, esto ha funcionado y de qué manera. Sin ir más lejos, el pasado 20-N. [clik aquí para artículo completo]
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